LA NEUROSIS DE LA NORMALIDAD
(texto del 2008)
“No eres el efecto del mundo;
tu mundo es el efecto de lo que tu eres.”
El mundo no dicta lo que somos o en lo que nos convertimos. Lo determinamos nosotros usando, o no, el potencial que tenemos.
Con el paso del tiempo vamos adoptando, perfeccionando, refinando y adaptando formas de expresión que construyen nuestra personalidad. Se convierte en un juego de imágenes superpuestas que tomamos muy en serio. Cristalizamos esas impresiones y nos definimos acorde a ellas, en perjuicio del sentimiento íntimo que insinúa algo que no acabamos de entender. Si por el contrario vamos contra la corriente, y en vez de responder a las exigencias externas escuchamos nuestra voz más íntima, salimos de las normas. Lo importante es que no se trata de ajustarse a las normas de la sociedad o manifestarse fuera de ellas. Se trata de algo mucho más básico: nos consagramos a la ilusión absurda de la normalidad. A lo mediocre.
¿Existe la “normalidad”? Sólo podemos definirla por lo que no es. Nunca llega a “lo” que es porque es lo que todos creen que quieren. Se considera normal a lo que es fácil y conveniente, lo que no corre riesgos y especialmente no incomoda a nadie. En contraste, la vida es una aventura permanente que nos lleva siempre a lo desconocido, hacia lo incierto. Es espontaneidad, movimiento perpetuo. Con la expectativa de intentar ser normales creamos una tensión fenomenal, angustia, falsedad y desconocimiento cada vez mayores.
Fuera de anestesiarnos, las prescripciones médicas no funcionan a nivel más profundo. No acallan aquellos sentimientos íntimos. Tampoco las terapias alternativas que nos abren a emociones y sensaciones incontrolables y a una receptividad y fragilidad devastadoras. ¿Y qué hace la gente después de que, según la ideología de la Nueva Era, han abierto su corazón? Para el psicólogo, su preocupación es la reinserción o continuación en la sociedad. Estabilidad.
Tanto en la psicología como en el pensamiento de la Nueva Era, la corriente más destacada es la de no interferir. Se “respeta” el ritmo individual de una personalidad ya cristalizada y a menudo entumecida. En lugar de crear un sistema de re-educación masivo que conduzca a modalidades más sanas e inspire plenitud interior y exterior, se pretende ajustar la persona a la normalidad, o sea a las normas dictadas por los intereses dominantes de la sociedad. A esta entidad comercial multidisciplinaria no le conviene el estado consciente y despierto que incentiva a pensar y a sentir, a discernir, evaluar y proponer cambios, a tomarse tiempo, a cultivar cualidad en vez de cantidad. El propósito no es despertar la persona, algo que sería sumamente inconveniente y requeriría la presencia y el trato compasivo de un hermano o hermana, sino esperar que las propuestas broten por si solas en un terreno ya predeterminado. Se piensa que es peligroso agitar las emociones antes de que la persona sepa desempeñarse eficientemente en la sociedad, y en lugar de acompañar al individuo a entender y manejar esas energías productivamente, se las evita. Así se fortalece el estatus quo y se estrangula el impulso creativo de la verdadera autenticidad.
La normalidad disfraza una fijación sobre el status quo que muy claramente rechaza la auto disciplina real que requiere flexibilidad y presencia. Como la mula que continúa su jornada habitual sin esfuerzo alguno de su amo, la personalidad que creamos sigue su rumbo automáticamente mientras tomamos una siesta que dura hasta la muerte.
Dormimos profundamente o soñamos que estamos despiertos. La desconexión es tal, que construimos un imperio en nuestra imaginación convenciéndonos que somos de tal y tal forma y que el mundo es tal y tal. Afirmamos muchas cosas, sabemos muchas cosas y hasta creemos muchas cosas que simplemente no vivimos. Por pereza. Por eso muchos de los métodos o técnicas que se nos ofrecen del repertorio de enseñanza milenaria no pueden funcionar. Preferimos continuar luchando y sufriendo a hacer un esfuerzo por cambiar radicalmente el modo en como usamos nuestra mente y nuestras energías. Nos importa más aparentar que incorporar.
Esfuerzo, dificultad, sufrimiento son malas palabras. Pasamos meses reventando nuestros cuerpos en un gimnasio, en una dieta, “jogging”, levantando pesas, o corriendo como un loco en la bicicleta, pero cuando se trata de observar la respiración, el pensamiento, las acciones y (¡ni pensar!) las emociones… fuera de lamentarnos por lo difícil que es la vida, hacemos poco. Es más fácil sentirse atacado o traicionado, o rendirse ante un desafío que reconocer cómo atraemos esas situaciones. Estamos lejos de ver cómo estos desafíos son regalos del cielo para mostrarnos el poder y las facultades que se esconden en los espacios muertos que llevamos dentro. Con tanto despilfarro energético, es obvio que no podemos comprender, tolerar o perdonar. Atacamos los obstáculos refunfuñando, en vez de con entusiasmo y buena voluntad. Y seguimos dejando pasar las oportunidades con las que podríamos aprender dominio y maestría.
Parejas viciadas en el sexo quieren probar técnicas meditativas de tantra como manera de prolongar el placer sensorial, pero claro, sin el ritmo, la abstinencia, y la concienciación necesaria para evocar un estado de Conciencia elevado. Muchos quieren sacar provecho del silencio de la meditación como forma de seguir durmiendo. Las psicoterapias que abordan el comportamiento usualmente tratan problemas de relación: “el otro” nunca es como queremos que sea. Y se toma siempre el camino más fácil: sustitución. En vez de comer carne, utilizamos substitutos que saben como y parecen carne. En vez de dialogar con la pareja, nos divorciamos y hablamos pestes de ella con otros. En vez de crear nuevas opciones y reformular propuestas, escogemos cambiar de trabajo y continuar quejándonos. Alimentamos la inercia y la complacencia. No queremos que nos digan lo que tenemos que hacer pero somos autoritarios en nuestro entorno y con nuestras parejas.
Pregonamos la paz y fomentamos la contienda, la competencia malsana y el orgullo que separa. Hablamos de salto diferencial y nos inmovilizamos ante el ordenador. Mejor lamerse las heridas en este mundo supuestamente grosero y violento. Mejor añorar ser amado que examinar la lista de condiciones que ponemos para amar a alguien. Sin acceso a los sentidos sutiles, no tenemos cómo saber que el aislamiento que sufrimos es ilusorio y que existe otra Realidad subyacente.
Hacemos campaña a favor de la ecología y los niños en lo abstracto – compartiéndolo en FB y haciendo donaciones a distancia – sin hacer nada con el minuto-a-minuto de nuestras vidas. Queremos cambiar el mundo, si, pero no a nosotros mismos. Decimos: no tenemos tiempo. Estamos cansados. No tenemos dinero. La política es un asco. La economía es un juego de ricos. Las terapias y meditaciones son para mujeres (quienes necesitan controlar sus “emociones”) o para los que tienen problemas “reales’”.
Como dijo un buen amigo recientemente, es mucho más fácil el no-pensar que emitir un pensamiento positivo para reconstruir nuestro mundo. Porque para que un pensamiento positivo afecte la realidad material se necesita esfuerzo, disciplina y observación. Porque para que algo cambie hay que optar por la inteligencia sobre la sensación. Lejos de ser auto-indulgente, la pasión se extiende más allá de lo personal, y el deleite del otro vale tanto o más que el nuestro, si valoramos lo que tiene real valor.
La alternativa sana es optar por la vida. Los obstáculos, la dificultad, el esfuerzo y la atención sustentada nos obligan a ejercer los músculos del discernimiento y desarrollar la fuerza y la resistencia necesarias para la manifestación permanente de una realidad mejor. No hay atajo al dolor humano que expande el corazón.
En vez de contribuir al garabato de una sociedad que se llama conservadora pero que lo que conserva es la comodidad, podríamos atrevernos a implementar el nuevo orden que empieza por uno mismo y termina con un mundo más humano que acomoda diferencias reales, no reactivas. En vez de ajustarnos al mundo, construyamos un mundo que se ajuste a lo que nosotros realmente somos.
Llegó el momento de vivir lo que sabemos ser: la fuerza y la Conciencia. Y esa fuerza tiene poder ilimitado. Nos dijeron que “el mundo ES así o asá”, pero el mundo es la suma de tú y yo. El mundo lo vamos creando concienzuda y conscientemente. Procuremos que nos revele como sabemos Ser.
Trabajemos juntos, mirándonos a los ojos y que nos importe lo que percibimos y lo que sentimos. No es tan difícil como alimentar la neurosis de la normalidad.
(Ocho años más tarde, el mensaje continua siendo el mismo)