SER VERDADERO EN UN MUNDO IRREAL
El mundo que vemos no es el mundo real. Para reconocer su esplendor, primero tenemos que reconocer el nuestro a nivel individual y más allá de los numerosos filtros que usamos para evaluar nuestras percepciones. Enjuiciamos todo permanentemente y de una manera voluble nos ajustamos sin cesar para caber en una u otra definición de la realidad. Sabemos cuando no estamos siendo verdaderos y secretamente muchos deseamos encontrar una manera que nos conduzca a una vida más genuina.
Añoramos autenticidad.
Todo empieza con el deseo de ser y tener más que lo que el mundo material nos puede ofrecer. La nostalgia crece en proporciones gigantescas, inculcando una insatisfacción que lejos de ser negativa despierta un ansia por expresar y compartir más. Las mujeres tienden a confundir esta añoranza con el amor y la pareja, los hombres con la competencia y el renombre. Comoquiera que se manifieste, escapa a todo aquel que lo busca en el mundo exterior.
Cuando llega el momento en que sentimos ese anhelo, algo en nosotros sabe sin duda que HAY un cofre de oro al final del arco-iris. Como un primer amor, dejaremos todo por él. Nada menos sería suficiente.
El esfuerzo por ser genuinos nos lleva a un rompecabezas. Ser verdadero no implica que abandonemos el deseo de jugar, pero ¿cómo y con quién? ¿Qué hacer y qué no? ¿Cómo Ser en un mundo que aparece más y más artificial e insatisfactorio? Con cuidado al principio, desaprendemos el modo del autómata y aprendemos a caminar en una cuerda floja que es afilada como una navaja y engañosa. ¿Será que perderemos el afecto y la comodidad de todo por lo cual hemos trabajado? ¿Qué va a ocurrir en ese “gran mundo” en donde nada es previsible?
Así, nos volcamos hacia el interior para encontrar una cualidad y un espacio que son integralmente nuestros, sin interferencia del mundo externo. Descubrimos una profundidad más allá de lo visible. Con entusiasmo, empezamos a distinguir entre ese espacio más íntimo y el otro que lo cubre y en donde irrumpen las reacciones físicas y emocionales. Este espacio interior nos cobija y es únicamente nuestro; para alcanzarlo tenemos que navegar por océanos inexplorados más allá del miedo, sin desconectarnos del mundo material.
Vivimos en una sociedad fundamentada en contrarios y donde incluso los rebeldes más ofensivos encajan con las ovejas. Ser verdadero en un mundo irreal no es solamente desafiante, es angustioso y complicado. Implica desaprender las mismísimas actitudes y comportamiento que nos permitieron pasar desapercibidos, estar cómodos y sentirnos seguros dentro de creencias robadas, normas impuestas y expectativas de otros que forjan nuestra identidad.
Ser verdadero requiere que miremos profunda y seriamente la manera cómo nos expresamos en el mundo y la naturaleza de los significados que le atribuimos. Es un arte frustrante, complicado y molesto de reeducar la percepción, cambiar paradigmas y mirar a través de ventanas sensibles que aparecen imprevisiblemente.
Nuestro mundo cambia de manera gradual y atraemos así lo que empezamos a vivir, encontrando el apoyo de individuos que han andado más que nosotros. Nos estrechan una mano para equilibrarnos y conducirnos amorosamente por los recesos habituales de nuestro devaneo, todo el tiempo cuidadosos de no dictar nuestro camino o condicionarnos. En autenticidad, nuestras acciones son siempre y enteramente propias, emanando desde ese espacio interior en donde florece el Ser.
Nadie puede decirnos que es fácil pero si lo sientes… ya sabes que es una expedición embargada de gloria dentro de una Realidad majestuosa más allá de la ilusión de este mundo.